Diario de esclerótica (1)

Hoy ha sido un día de esos en los que no he llegado. Me he quedado a medio camino y la meta estaba al otro lado. En esta sociedad capitalista en la que las personas somos mercancías y nuestra valía depende de nuestra productividad, cuando no consigues tu objetivo terminas frustrándote.

Desde pequeños, y más en concreto, desde pequeñas, se nos exigen unos mínimos para poder formar parte de esta sociedad. Aprender a ser mejor que tus compañeros, a estar «por encima de» y cuando lo consigues te sientes realmente bien cuando eres brillante, cuando tu profesor te compara con Dios al haber obtenido un 10 (esto es un caso real).

Cuando sales de la escuela y sigues estudiando -antes se podía, ahora ya tal- te empiezan a preparar para el mercado laboral y si tienes la suerte de poder pagarte un master, seguirás compitiendo con tus compañeros para poder quedarte con una de las plazas que te ofrecen a cambio de pagar.

Después de pasarte media vida estudiando y compitiendo encuentras trabajo -hablo de hace años-. Al principio te sientes bien, después de haber entrado en depresión durante meses, porque tus compañeros ya han conseguido trabajo y tú eres una loser. No te has esforzado lo suficiente, eres débil.

Pasas años en un trabajo o varios de mierda, en tiendas de ropa explotadoras, pescaderías o agencias de noticias vergonzantes y denunciables.

Pasa el tiempo, surge el 15M y sientes que hay esperanza en el cambio. Te dejas la piel con tus compañeros. Sientes que por una vez no estás competiendo en tu vida por un futuro que no va a llegar. Ayudas y te ayudan y eso es lo que realmente estabas esperando toda tu vida.

Cuando más o menos has encontrado tu lugar en el mundo junto a los tuyos aunque a miles de kilómetros, te diagnostican una enfermedad que básicamente te rompe la vida. Intentas hacer una vida normal, engañándote a ti misma y hay días más afortunados que otros. Hoy no ha sido uno de ellos. Hoy no pido perdón ni pido una palmadita en la espalda. No pido una paguita ni pido pena. Pido que cambiemos las cosas, que dejemos de vivir para ser explotados o auto explotados, que cuidemos las relaciones y seamos capaces de cuidar y ser solidarios. Será importante cambiar el Gobierno, será importante crear otro tipo de Estado, pero más importante será si cabe cuidarnos y cuidar. La solidaridad es la ternura de los pueblos, no dejemos de lado a los que más lo necesitan.

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Diario de esclerótica (1)

De medusas y odios

Todo estaba en orden, las tumbonas de colores chillones, las sombrillas de marca de cerveza, la arena pegada al culo, el sol pegando fuerte… y entonces un niño empieza a gritar que ha encontrado una medusa.

Sus padres, a todo correr, se acercan y al comprobar que su hijo no ha sido devorado por semejante criatura infernal, deciden echar la medusa -de pequeño tamaño- en un cubo verde chillón.

Niños de sombrillas cercanas y algún curioso -yo misma- se acercan para conocer al ser marino, ajeno a todo y moviendo sus tentáculos con vigor.

Un niño, de bañador rojo, y de pequeño tamaño -no sé calcular edad de niños, me disculpan- grita encolerizado: ¡hay que matarla!, ¡hay que enterrarla viva!

Así, de primeras, me suena un poco precipitado, pienso, habrá que darle una oportunidad o algo ¿no?, pero soy de ciudad interior, poco sé de estas cosas, y el chiquilín parece puesto en el tema porque empieza a enumerar los tipos de medusas que hay. Una, la medusa avispa, puede matarte en menos de 5 minutos. Se me escapa un ¡joder!

Una de las niñas, ya tirando a adolescente, que rodea el cubo fluorescente, se echa a llorar. No quiere que la maten, dice. A mí tampoco me parece bien, me atrevo a decir como si de pronto hubiera hecho un acto revolucionario en sí mismo. La niña me mira conforme, el resto me mira con odio en sus ojos. ¡Hay que matarla! Dicen los niños, ¡hay que enterrarla y que muera! Yo intento convencerles de que no pasa nada, que la echamos lejos y que no vuelve a picarnos nunca. Me miran y no conformes empiezan a cavar con todas sus ganas un gran agujero en el suelo. Agarro a la niña y le digo: No te preocupes, vamos a salvarla. La niña, Ana, se seca las lágrimas y sonríe. Joder, pienso, ahora tengo que salvarla por mis ovarios. Nos acercamos a una zona de barcas, para ver si algún alma se apiada y se lleva el cubo a alta mar. Nadie nos mira. Nos sugieren que nos apartemos o paguemos 10 euros, que es lo que cuesta la hora en barca.

Mientras trato de pensar un plan B viene un niño -uno nuevo me parece- y me pregunta que por qué no la matamos ya. Me sale, fruto del calor y del agobio, un: ¿a qué no te gustaría que te mataran a ti?

Me doy cuenta de la burrada, porque este niño sí parece más diminuto que el resto, podría tener de 2 a 5 años, no sé decirte.

Comienzo a acelerar el paso de camino hacia mi espacio en la playa. Ese espacio que coges entre el culo gordo del de al lado y la joven que se derrite a tu izquierda sobre la que podías asar un chuletón o al gordo de la derecha. Ese espacio que no debería ser de nadie, pero es del que primero lo pilla.

Llego a “mi sitio” y decido calzarme las aletas y con mi capa imaginaria de super woman cojo el cubo de la medusa en plan: a dios pongo por testigo, que esta medusa terminará en el agua. Ana me mira emocionada, ojos vidriosos de esperanza, y el resto de los presentes me miran con odio. ¡No la tires al agua!, va a volver ¡y nos va a picar a todos! Moriremos y tú serás la culpable.

Bueno, ya es tarde. Ya me he calzado mis aletas y no puedo defraudar a esta chiquilla. Me meto rápidamente en plan vigilante de la playa y nadando sólo con los brazos, piensa que llevo el cubo agarrado con las manos, trato de avanzar. Joder, pienso, igual no ha sido buena idea esto, el agua está helada y no me gusta irme tan lejos. Debe haber bichos por aquí, no veo el fondo, seguro que está lleno de putas medusas, como la que llevo en el cubo. Sigo avanzando, porque hay que contentar a todo el mundo, tengo que tirarla lo más lejos posible para que la medusa no vuelva a la orilla y no cree daños mayores. Veo a lo lejos a Ana y a mis padres haciendo gestos, pero no los percibo con nitidez. (Los gestos significan, sé más tarde, que vuelva ya). Sigo avanzando un poco más, joder me duelen las piernas, a ver ahora como vuelvo, venga va, un poco más, ya casi llegamos al fin del mar, un poco más y estás en África. Me despido de mi amiga y salgo corriendo, todo lo rápido que puedo. Llego a la orilla media hora más tarde, casi sin poder andar, con un dolor horrible en el muslamen (aprobado por la RAE).

Me espero aplausos y vítores a mi salida, pero no. Silencio y caras rancias y mustias. Mis padres se alegran de que no haya muerto, eso sí. O de que no hayan tenido que salir a socorrerme. Ana me da las gracias. Me siento y sonrío feliz. Mañana quizá no pueda moverme, pero ahora estoy feliz. No sé si por haber ayudado a Ana o por haber llevado la contraria al resto.

Más tarde leo en google que en algunos casos las medusas pueden tener tan sólo unas horas de vida.

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De medusas y odios

La abuela Urogalla

La abuela urogalla era muy coqueta, con su pelo almidonado, decían que no tenía arrugas porque había decidido no reír ni llorar y así preservar su juventud, hasta el fin de los días.

Yo sí la vi reír, pero reía a medias, como que sí, pero no. Y le agradecí que hiciera tal gesto sabiendo lo difícil que era para ella renunciar a su belleza infinita.

-«Gallega, aún recuerdo como cocinaba mi suegra, recién llegada de España, hacía unos guisos deliciosos», me decía.

-«Yo te voy a hacer un cocido que te vas a chupar los dedos, ¿vale?».

Ella me miraba sonriente y agradecida con esos ojos claros y ese pelo de algodón siempre en su sitio, a pesar de la pobreza y los días.

Al final de los días estaba enfermita, aunque seguía caminando sola con su bastón y así paraba el omnibus. No tenía miedo de ser valiente. Se retiró en su barrio de casas bajitas, húmedas y humildes. Quería irse por donde había venido.

Fui a hacerle unos mandados en mi día libre. Y a limpiarle un poco mientras ella no miraba por el rabillo del ojo. Después de eso, todo pasó rápido y enfermó.

Intenté sostenerla, que esperara un poco más en irse, necesitaba más de su saber y su compañía. Pero ya cansada, se me fue de las manos, a pesar de que mientras le acariciaba su piel de niña en ese hospital viejo le decía al oído: No te vayas, aún tengo que hacerte un cocido madrileño.

La abuela Urogalla

Sin Mordazas

Comunicado
 
A las 00:00 horas del próximo miércoles 1 de julio de 2015 entrarán en vigor la Reforma del Código Penal y la Ley de Seguridad Ciudadana, popularmente conocida como Ley Mordaza, leyes que sancionan, prohíben y criminalizan prácticas tan normalizadas como parar un desahucio o asistir a una persona sin papeles. Leyes que castigan la pobreza, la solidaridad y la protesta.
 
Lo hacen en nombre de la seguridad ciudadana, pero son la respuesta de quienes sienten cualquier iniciativa social como una amenaza a sus privilegios. Emanan de su incapacidad para vivir con alegría el despertar de la gente, la toma de calles, la defensa de derechos  laborales o el uso de plazas como espacio de reflexión colectiva. No entran en vigor para garantizar la seguridad ciudadana sino para convertir en ley su temor, el miedo que les despierta el deseo de democracia. Por eso se defienden atacando.
 
En  los últimos meses, su aprobación ha despertado la preocupación y el rechazo de una amplia mayoría social, lo que ha supuesto que organismos  nacionales e internacionales como las Naciones Unidas o el Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa las critiquen duramente. El último ha sido el Tribunal Constitucional, que ha admitido a trámite un  recurso de inconstitucionalidad. 
 
Sin  embargo somos las personas que defendemos diariamente el derecho a la vivienda, las que creemos en el derecho a la información libre, las que tomamos la calle reclamando educación pública y sanidad universal, las que no tenemos papeles, las que sufrimos las consecuencias de un empleo precario o quienes simplemente vemos en el deseo de democracia y la organización espontánea de la gente un motivo de celebración, las que  tenemos el verdadero poder de cambiar las cosas. Por ello, una vez agotadas todas las vías posibles, solo nos queda una alternativa: la de no consentir, la de no refrendar sus leyes con nuestro silencio. 
 
Así, a falta de pocos días para su entrada en vigor, nos posicionamos desobedeciendo activamente a estas leyes injustas y te animamos a sumarte, a difundir entre tus círculos y redes, a mostrar tu rechazo y a manifestar sin temor que estas leyes también te afectan.
 
Contigo es posible.
 
#SinMordazas
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Sin Mordazas

Cádiz, la alegría ya viene

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El Kichi en Los Menda Lerenda

En el  barrio de la Viña donde todo el mundo conoce a Kichi, lo saluda, lo abraza, lo alaba, lo menea… Entre cerveza y cerveza no hay quien no se acerque y le diga con ilusión que el domingo -a pesar de tener resaca- irán a votarles para botarlos.

Hago preguntas de toda índole al Kichi, no como periodista, sino como alguien que admira todo este proceso que estamos viviendo, y que le admira por qué no decirlo . Pero si buscan exclusiva, este no es su rincón.

Intercambiamos impresiones sobre el carnaval montevideano y el gaditano, que al final beben uno del otro, porque uno nació del otro allá por 1906 cuando una murga gaditana se instaló en el hotel casino uruguayo, para luego terminar en las calles. El carnaval es el cante del pueblo, la ironía de la ironía que es la vida. Coincidimos en nuestra pasión por La murga de Agarrate Catalina del otro lado del océano y Los Imprescindibles, que es la comparsa donde el Kichi es tenor. Yo soy nueva en estos lares, pero sí tuve la suerte de ir al teatro de Verano al lado del río de la Plata, donde el Carnaval es un evento imprescindible  que llena de color y calor una ciudad decadente existencialista que huele aún a post dictadura y a milicos, a Lisboa y también a Cádiz. Hablamos del Candombe y el Kichi me descubre un grupo formado únicamente por mujeres, que yo desconocía a pesar de haber pisado los rincones del paisito: La melaza. El Candombe fue la manera en la que los esclavos recién llegados a Uruguay se podían comunicar mediante la danza, evitando así ser cazados o re cazados.  Me sorprendió porque se trata de la expresión de la mujer esclava afrouruguaya, la doble discriminación, una vez más. Qué alegría poder compartir luchas y cantes, de acá y de allá.

Cuando hablamos en serio, el Kichi me mira fijamente a los ojos y yo sólo puedo encontrar limpieza en ellos. Trato de olfatear algo de misterio, de medias tintas, algún as en la manga, pero la humildad los colorea. Joder, que esto va en serio, pisha. Sé que viene de las mismas calles de las que yo vengo aunque sea de otra tierra. Se intuye el valor de la solidaridad, de la generosidad, del que menos tiene es el que más da. Habla muy serio cuando hay que hablar del hambre y la miseria, del 42 por ciento de paro que asola la provincia. Él sabe el número exacto de parados sin que yo le pregunte por ello, sabiendo que este encuentro escapa del electoralismo. Pero los siente como suyos, porque suyos serán muchos, como lo son de todos.

Nosotros estamos en un barrio popular, en un bareto de lo más normal, mientras  Teófila, alias La Teo lo inunda y lo compra todo con su campaña “populista” (entiéndase en el sentido anti latinoamericano) con macro cartelería en cada una de las esquinas, imágenes suyas de su cara sin el logo del partido corrupto al que representa, como si ya poco tuviera que ver o se tratara más de un nuevo Jesús Gil y Gil, por encima del bien y del mal, de la miseria y del pan negro.

Me quedo alucinada cuando alguien me dice que la Teo es muy cercana, que se preocupa por su gente,que  es muy simpática. Señores, dejen de votar la simpatía de la corruptela, mientras tenemos las barrigas vacías. No es momento de adorar a un líder ni un color ni una bandera, es el momento de creer y construir proyectos que sean de todos y que no vayan dentro de sobres.

¿Qué va a pasar el domingo illo?, le suelto. Se toma su tiempo para pensarlo, luego clava sus ojos en los míos y sentencia: “La ilusión va a vencer el miedo”.

Cádiz, la alegría ya viene

Tú no moriste contigo

Nos deja la voz que acaricia, la cordura, la dulzura, el poeta de la conciencia y la humildad, el compañero de las mujeres y de la tierra, de la Libertad o la muerte, nos deja Eduardo Germán María Hughes Galeano.

Lo conocí mejor cuando se interesó por lo que hacíamos en las plazas en 2011, cuando decidimos tomarlas por lo común y por el cambio. Seguí leyéndolo más, sobre todo cuando necesitaba ser mecida por sus palabras. Un tiempo después la vida me llevó a su paisito. Vivía entonces por la Rambla y tenía la esperanza de encontrármelo paseando con su perro Morgan, su más fiel compañero. Como una de esas fans que esperan en el backstage de los Take That (tengo ya 30 tacos). Yo lo vi de lejos, con la música de Viglietti de fondo, boina en la cabeza, rostro serio y cortado por la vida. Se celebraba un acto en la embajada venezolana por la muerte de Chávez. Banderas ondeaban y lágrimas miraban al cielo. Seguía sus pasos, algún atrevido se le acercaba y le daba un abrazo. Reconozco que la admiración que sentía por él me acobardó. Preferí dejarlo ahí, libre, ¿qué iba a decirle yo? Las únicas palabras que merecen existir son las que son mejores que el silencio, le dijo Onetti una vez. Lo vi viejito al viejo. Estaba acostumbrada a verlo en fotografías o en vídeos. Me sorprendió verlo así, pero ta’ no le di más importancia. Yo sabía que a él no le gustaba demasiado que se acercaran a saludarlo, no porque fuera antipático, sino porque era demasiado humilde. Y no quise enturbiar esa idea, que por otro lado, entiendo proviene de provenir de “los nadies”.

Mi mejor amiga uruguaya, casi de la familia, me contó que guardó tu libro, “Las Venas Abiertas de América Latina”, bajo las tablitas del piso. Los milicos iban a registrar su casa y había que esconder cualquier prueba del delito de pensar o sentir. Se deshizo de papeles, carteles, cuadernos, discos, risas, recuerdos, pero no pudo deshacerte de ti. Ella se libró de la cana y el librito se libró de la quema. Otros no corrieron la misma suerte y tú tuviste que exiliarte.

El exilio de allá y el exilio de acá. Se cruzaron nuestros exilios y sentí lo que comentabas de las calles. “El camino de vuelta a casa. Una tranquilidad, un sosiego, saber qué viene después de cada esquina, de cada farol, de cada quiosco”. Acá estamos esperando que llueva la buena suerte mientras nos pica la mano izquierda. Hoy más desafortunados que nunca, porque somos hijos de nadie, ahora también huérfanos de ti.

Te dibujo con Morgan, andando por la rambla montevideana, con el viento de espaldas, y la utopía en el horizonte.

El dolor se dice callando, el dolor se dice callando, dijo él cuando murió Mario. Así que ahora, empiezo mi huelga de palabras, siento haberte dedicado unas líneas que no llegan a la altura de tus letras. DEP Eduardo.

*El título es en homenaje a su artículo “Tú no moriste contigo”

Tú no moriste contigo