Quiérete Libre

Ojalá libre

ojalá plumas en vuelo

ligero

ojalá lejos

como semillas en suspenso

ojalá liviana

viento que remueve

las últimas de filipinas

libre como partícula solitaria

atómo sobre aceite

libre como esa carta perdida

libre como esa bala

que no dio en órgano

libre como tus labios,

libre,

quiérete libre.

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Quiérete Libre

Se me olvidó

Y aquí estamos, malheridos,

Maniatados, más pobres que pobres,

(Aunque los pobres sean otra cosa)

Confinados

Con bypass de adrenalina,

Drogas que no suben,

Soledades que rajan el cristal

De esta mesa de estercolero

Mis labios están secos

De deseo, de valor, de plata.

Mis labios quieren vida

Arrancada de cualquier esquina.

Vida sin vida

Confinada

Los vecinos follan,

Las vecinas bailan,

Yo miro las agujas que no pasan

El camión de la basura pasa,

A veces puedo ver el sol,

Me asomo,

Pero se me olvidó como es la vida

Cómo se siente,

Cómo es la piel después de follar

Y antes. Y durante.

El sudor, la droga, la sangre,

Lo salvaje de vivir,

Las sábanas sucias,

El reloj que se mueve y avanza.

El camión de la basura pasa,

A mí se me olvidó vivir.

Se me olvidó

Solas

Cada uno miraba sus pies y su tristeza como buenamente podía. Se compartían las pérdidas y los fracasos, pero no se socializaba la empatía. Éramos solas en un mundo de muchos. Solas abriendo botellas brindando con nada. Cenando incomprensión, miedo y tristeza. Mirando a través del televisor, que aún había quien estaba peor. Y sonreía. Tras una cámara que no le abrazaba. La gran pandemia no terminó con la sociedad del futuro. Cuando encontraron los últimos síntomas vitales, el cuerpo había estado demasiado tiempo en estado crítico. La soledad no tenía vacuna.

Solas

Los pájaros de Chernobyl

Los pájaros de Chernobyl,

las arrugas de la calle

que cruzamos

cuando éramos.

Ahora,

traigan el bisturí,

y cortemos por lo insano.

 

Estaremos bien

algún día,

sí acaso

lo sé,

Quizá entonces

miremos atrás y veamos

amapolas

también

en Chernobyl

O en Hiroshima.

 

La soledad

Se mide

en medios vasos

La maldad

Tiene pasaporte.

Sola,

Sola,

Sola,

Como todos esos perros

abandonados

en el mes de agosto.

Los pájaros de Chernobyl

Irreversible

Justo cuando escribía estas líneas me estaba haciendo la siguiente pregunta: ¿Vivir o no vivir?

Tal era el sentimiento de vacío y de soledad que se alimentaban de mí como un bebé mama de su madre o como las raíces de un árbol beben del agua que cae.

Nunca estuve tan sola. Nunca imaginé que mi vida o lo que creía que era terminaría tan joven. Viví muy rápido, como una cantante de punk. Lo decía mi abuelo y yo reía. No me importaban las curvas porque la sensación era de vivir con toda intensidad. Vivía tan rápido que devoraba todo lo que pasaba ante mí.

 

Y de pronto mi corazón paró. Todo lo que había a mi alrededor se había podrido y había dejado de funcionar. Yo misma no era yo misma y las cosas que antes marchaban, los momentos de euforia y diversión y de luces y de playas y ríos y mares y rocas se habían convertido en un lugar pálido.

 

Consumismo de vida, consumismo de relaciones, rapidez sin ser ni estar, el tiempo y los sujetos tomaron protagonismo, dejándome telonera de mi propia vida. Comencé a sentir que mi vida era una cárcel y que todo había sido mentira. Todo lo de antes era un espejismo que no me dejaba ver lo que realmente vendría después. La supervivencia. En el trabajo, en las relaciones, en la salud… todo se fue a pique, como si hubiera caído rodando desde lo alto de una montaña. Y entonces empecé a alimentarme de recuerdos y a no vivir más. En coma irreversible.

 

Es entonces cuando mi madre me dijo: si no vives por ti, tendrás que hacerlo por los demás. Por los demás. Por los demás. Por los demás. Pareciera una condena, una condena justa después de todo.

 

Y aún siguiendo en ese coma irreversible, y aún viendo como las raíces ya no bebían agua y como el bebé no había nacido, había sido un embrión, es un embrión de Paula Bonet. Y aun con todo eso y como dice Laura Brown en Las Horas: Era la muerte; yo elegí la vida

Irreversible

El Walt Disney treintañero

Hubo un momento en el que la vida pareciera ser un bosque encantado. Como en los dibujos de Wall Disney, no terminarías sin irte a casa con el zapato de cristal y el Principito enamorado.

Ahora tengo 34 años, enferma, y sin muchas esperanzas. Podría sentirme sola del todo si no fuera por mi familia y mi gente maravillosa, que no es poco. Sin embargo, siento que he fracasado. No he sido madre, algo que siempre quise ser; no tengo pareja, algo que me gustaría tener en algún momento, aunque dejemos ese tema… La sociedad me hace reflejarme en el espejo del fracaso. NO, me gritan mis amigas y terapeuta. NO es así, escucho decir a las amigas feministas. Y sin embargo. Me siento vacía como un globo que acaba de explotar en una fiesta de cumpleaños. Simplemente me pregunto en qué punto fracasé, qué parte de la historia hice o deshice mal. Por qué la vida tenía preparada para mí otras sorpresas a las esperadas, para las que me habían educado.

En lugar de seguir la senda de baldosas amarillas, empecé a tropezar con pedruscos. No quise caer y caí. Ya fue injusto estar enferma de por vida. Sentir un dolor inmenso y una fatiga arrolladora. Después vino todo lo demás. Nunca fue suficiente. Me pregunto en qué parte se torció todo para que mi vida no fuera una vida “normal”, de esas que ves en Instagram. Panzas resplandecientes, mamás felices, parejas besándose bajo cocoteros mientras comparten alguna bebida alcohólica –eso es lo más envidiable, sin lugar a dudas-. Mejor tomarlo con ironía.

Que el feminismo me asista, pienso. Y leo, y trato de hablar con más feministas y que el discurso se me quede dentro, como un feto que no tuve; que Simone de Bauvoir se arraigue dentro, o tan sólo un poquito de ella; que el amor romántico y las soledades no me invaliden, que me hagan más fuerte y capaz de sobrevivir al patriarcado. Ojalá supiera rezar. Lo haré con el Segundo Sexo.

Si hay algo que no tolero es la injusticia, tanto propia como ajena –para mí quizá sean lo mismo-. Y así siento la vida para mí, mi vida sin mí, injusta. Y sé que hay gente que se encuentra en estados muchos peores que el mío, y sé que hay quien se estará retorciendo en su asiento pensando que tan sólo soy una niña mimada con algunos problemillas. Pero nadie conoce a nadie. Si algo estoy aprendiendo es a no juzgar antes de conocer cada verdad.

Y quizá esta sea la historia de otras muchas historias similares, de mujeres treintañeras que nos encontramos perdidas; que estamos agotadas, que no sabemos si queremos o no, que nos preguntamos nuevas realidades de ser y estar; y que sobre todo pensamos que otra vida es posible, pero no hemos encontrado aún la llave.

El Walt Disney treintañero

Elegía A Laura Luelmo

Te nos han llevado

lejos

los monstruos

que temíamos.

 

Te nos han robado

de la vida, de los sueños

de tu sonrisa, de la nuestra.

 

Nos dueles.

nos faltas.

Nos apuñala la vida,

tu muerte.

 

Ya no estás,

pero estás

Siempre

valiente,

con nosotras,

tus hermanas.

 

Toda la vida nuestra

para que haya justicia en la tuya.

Nos duele el corazón

helado, rasgado, aniquilado,

Yerto.

 

Dame tus manos,

sigo tu camino,

sigo tus pasos.

No permitimos

que te nos hayan quitado.

 

Te hago hueco

aquí dentro,

de por siempre.

Hermana.

 

Elegía A Laura Luelmo

En otro planeta

Quizá podamos

observar,

las altas alamedas

mientras el eclipse nos niebla

la vista en otro planeta.

Es tan difícil sólo ser,

sin ser

y llegar al otro lado

sin habla.

Pálida. Sola. Entrecortada.

No sé quién soy

y si dolí

también me duelo yo.

A veces, quizá

no nacemos. (somos embriones eternos).

O sí renacemos,

en otros cuerpos, otros lirios,

otras manos mujeres nos consuelan.

Me duele la cara,

de tanto olvidarte

y las manos de

plantar nuevos libros

nuevos mundos planos. Inertes.

 

En otro planeta

Dolor

Mira de frente al dolor

Y un dos tres, cuenta hasta diez.

Aunque el miedo te pille con los ojos cerrados

Aunque te golpee el pánico

Cada noche.

Aunque te sientas sola

Y nadie parezca entender marciano

(que es nuestra lengua oficial)

Sopla como cuando pequeñas

Soplábamos nuestras heridas

De mercromina.

O los barquitos de papel,

Que llegaban a alguna parte. O no.

Grita. Recuerda que nadie te entiende.

Sonríe. O no. Aquí no hay reglas.

Aunque el frío hiele tus venas,

Aunque no haya una app

Para el dolor.

Lame tus heridas

Como si hicieras el amor con ellas.

Aúlla. Quizá las lobas sí puedan entenderte.

Dolor