Cada uno miraba sus pies y su tristeza como buenamente podía. Se compartían las pérdidas y los fracasos, pero no se socializaba la empatía. Éramos solas en un mundo de muchos. Solas abriendo botellas brindando con nada. Cenando incomprensión, miedo y tristeza. Mirando a través del televisor, que aún había quien estaba peor. Y sonreía. Tras una cámara que no le abrazaba. La gran pandemia no terminó con la sociedad del futuro. Cuando encontraron los últimos síntomas vitales, el cuerpo había estado demasiado tiempo en estado crítico. La soledad no tenía vacuna.